La Hada del Verano. Érase una vez, en un lejano y mágico reino, en el que cada estación del año estaba gobernada por un hada. El hada del invierno se encargaba de cubrir el mundo de nieve y frío, mientras que el hada de la primavera hacía florecer todas las plantas y los árboles. El hada del otoño, por su parte, se dedicaba a preparar a la naturaleza para el descanso invernal. Y, por último, estaba el hada del verano, cuya misión era llenar de calidez y color el mundo durante los meses más cálidos del año.
El hada del verano era una criatura hermosa, con alas transparentes y un vestido hecho de hojas y flores. Cada año, al llegar el solsticio de verano, ella abría sus alas y cantaba, anunciando a todo el mundo que estaba lista para comenzar su trabajo.
Durante su reinado, los días eran largos y luminosos. Los campos se llenaban de flores, los árboles frutales daban sus frutos y los arroyos y ríos fluían cristalinos y refrescantes.
Pero un año, algo extraño sucedió. La hada del verano no cantó en el solsticio. En su lugar, solo se escuchó un suave susurro, y un viento frío y húmedo sopló por todo el reino.
Los habitantes del reino se preocuparon, pues sabían que algo no andaba bien. La lluvia no paraba de caer, y el sol apenas asomaba por entre las nubes grises y amenazantes que cubrían el cielo.
Los días se hacían cortos y las noches largas y frías. Los campos se inundaron, los árboles enfermaron y las flores no lograron florecer. El aire frío y húmedo calaba hasta los huesos, y todos los habitantes del reino se sentían tristes y desanimados.
La gota que colmó el vaso fue cuando los habitantes del reino descubrieron que el hada del verano había desaparecido. Nadie sabía dónde había ido, pero todos temían lo peor.
Un día, una valiente mariposa decidió emprender una búsqueda por todo el reino. Sobrevoló bosques y montañas, ríos y praderas, pero no encontró rastro alguno del hada del verano.
Cuando la mariposa estaba a punto de darse por vencida, escuchó un suave murmullo que venía del interior de una cueva. Se acercó sigilosamente y, al asomarse, descubrió al hada del verano, sentada en el suelo, con la cabeza entre las manos.
La mariposa se acercó con cuidado y le preguntó qué le pasaba. El hada del verano, entre sollozos, le contó que se sentía triste y desanimada, y que no tenía las fuerzas necesarias para gobernar el verano como debía.
La mariposa le recordó que ella era un hada, una criatura mágica y poderosa, y que tenía la obligación de hacer su trabajo, por más difícil que éste fuera.
Pero el hada del verano no parecía convencida. «¿Cómo puedo hacer mi trabajo», se preguntó, «si no consigo que el sol salga y las nubes desaparezcan?»
La mariposa, entonces, le dijo que no perdiera la esperanza, que aún quedaba una pequeña luz al final del túnel. Y, para demostrarlo, le contó la historia de la hormiga y la cigarra.
Le dijo que, aunque la cigarra había cantado y bailado todo el verano, derrochando su energía, la hormiga había trabajado duramente, almacenando alimentos y recursos para sobrevivir el invierno.
Y así, cuando llegó el invierno, la hormiga pudo sobrevivir con comodidad, mientras que la cigarra tuvo que sufrir las consecuencias de su exceso de confianza y falta de previsión.
El hada del verano se dio cuenta, entonces, de que la mariposa tenía razón. Aunque las cosas parecieran malas ahora, ella tenía la capacidad de mover las cosas hacia adelante.
Y con esta nueva esperanza, el hada del verano salió de la cueva y voló hacia el cielo. Con todas sus fuerzas, comenzó a volar en círculos, creando una corriente de aire que comenzó a empujar las nubes grises.
Al cabo de un rato, las primeras luces del sol comenzaron a hacerse notar entre las nubes. Los habitantes del reino abrieron los ojos y se sorprendieron al ver cómo el sol comenzaba a salir y las nubes grises se desvanecían.
El hada del verano sonrió al verlo, y decidió que ahora sí estaba lista para hacer su trabajo. Con todas sus fuerzas, comenzó a moverse por el reino, impulsando el crecimiento de las flores, los campos y los ríos.
Durante todo el verano, ella trabajó incansablemente, llenando el mundo con la calidez y el color que solo ella sabía impartir. Y, gracias a ella, el reino volvió a vivir tiempos de alegría y felicidad.
Al final del verano, el hada del verano volvió a la cueva en la que la había encontrado la mariposa, para agradecerle su ayuda. La mariposa sonrió y le dijo que era lo mínimo que podía hacer, pues sabía que, como hada del verano, ella era capaz de hacer grandes cosas.
Y así, el hada del verano se dio cuenta de que no había nada más poderoso que la esperanza y la fuerza de voluntad de una criatura mágica. Y con estas palabras en su corazón, voló hacia el cielo, lista para enfrentar cualquier reto que la vida le pusiera por delante. En este mundo, todos necesitamos un poco de magia y esperanza, como la que nos brindan las hermosas hadas.