La isla de los caballos de agua. Había una vez una hermosa isla en medio del océano llamada “La Isla de los Caballos de Agua”. En esta isla, los caballos eran diferentes a los que se conocían en tierra firme. Estos caballos de agua eran creados a partir de la magia del mar y se movían con mucha ligereza en el agua, eran de color azul y plata. Nadie sabía cómo llegaron a la isla o quién los creó, lo cierto es que eran maravillosos.
La isla estaba gobernada por un sabio anciano, cuyo nombre era Alec. Él había nacido en la isla y aprendió todo lo necesario para ser sabio, lo que incluía la curación con las plantas y las hierbas, la comprensión de los animales y la comunicación con los espíritus del mar. Además, era el único que tenía permiso para montar a los hermosos caballos de agua.
Un día, un extraño barco llegó a la isla. No era un barco normal, tenía la forma de una enorme bestia marina y llegó muy despacio, como si tuviera miedo. Alec fue a verlo y se sorprendió al encontrar a una niña detrás del timón. Su nombre era Sofía y pertenecía a una tripulación de piratas, pero ella no se sentía cómoda con sus compañeros y decidió escapar en un bote.
—Hola, anciano —dijo ella, tímida—. ¿Podría ayudarme?
Alec la escuchó, le ofreció algo de comer, agua y un lugar seguro para pasar la noche. Al siguiente día le preguntó:
—Dime, Sofía, ¿por qué te quieres ir de los piratas?
—No me gusta lo que hacen —respondió con seguridad—. No quiero vivir esa vida.
Alec la escuchó y le explicó que aunque él amaba a la isla y a los caballos de agua, siempre había anhelado conocer más del mundo. Se preguntaba sobre los seres humanos, los reinos y las tierras de los que nunca había oído hablar.
Sofía se interesó en él y en la isla, y decidió quedarse un tiempo. Durante su estancia fue testigo del maravilloso paisaje y de la magia que allí se concentraba, todo parecía pacífico y sencillo. Pero también notó algo que le intrigó, algo que la intranquilizaba, pero no estaba segura de qué era.
Una tarde, mientras caminaba por la orilla del mar, se encontró con un grupo de niños que jugaban en la playa. Uno de ellos llevaba una concha en la mano, y la soplaban para hacer un extraño sonido que resonaba en toda la playa. Sofía se acercó y preguntó:
—¿Qué hacen?
—Estamos llamando a los caballos de agua —respondió uno de los niños sonriendo.
—¿Todos pueden llamarlos?
—Sí, si lo haces bien, ellos vendrán.
Sofía quería intentarlo, así que los niños le enseñaron cómo debía soplar en la concha, y ella lo hizo con todas sus fuerzas. Nada sucedió, pero la risa de los niños hizo que se divirtiera.
Pasaron varios días y Sofía comenzó a notar que aunque la isla era hermosa, también era un poco extraña. Había muchas normas de las que Alec no dejaba de hablar, también había algo de tensión en el ambiente. Un día, mientras estaba caminando por la playa de nuevo, se encontró con una niña llorando.
—¿Por qué lloras? —preguntó con ternura.
—Una de las crías de los caballos de agua desapareció —dijo la niña con tono de tristeza—. Todos los días los rastreamos, pero no encontramos ninguna pista. Es algo muy raro.
Sofía se sintió extrañada, porque ¿cómo era posible que un ser mágico pueda ser robado o secuestrado? Fue a buscar a Alec y hablar con él, aunque era un poco difícil, porque Alec no quería decir muchas cosas. Pero con insistencia, Sofía logró sacarle información.
—Hay algo que sucedió hace mucho tiempo —dijo Alec—. Un habitante de la isla quiso llevárselos lejos, pero no tuvo éxito.
—¿De qué hablas? —preguntó Sofía.
—Hablo de un hombre que vino a la isla cuando yo tenía tu edad —dijo Alec con tono entre triste y feliz—. Él se enamoró de una de las crías de caballos de agua y trató de llevársela. Pero los caballos la protegieron.
Sofía no entendía muy bien a qué se refería. Pero Alec le dijo que se lo explicaría. Resulta que los caballos de agua, al haber sido creados por la magia del mar, no podían ser llevados lejos de la isla. Había un hechizo que los mantenía protegidos, pero ese hechizo tenía una debilidad: si un humano los llamaba con una concha marina, se debilitarían y podrían ser llevados.
Sofía pensó en los niños jugando con sus conchas, y en cómo la criatura marina que había visto en el fondo del mar se parecía a una bestia que podría haber pertenecido a un pirata. Comenzó a armar todo el rompecabezas en su mente y decidió tomar cartas en el asunto. Después de todo, ella era una pirata, pero no uno cualquiera. Era una pirata con un valor extraordinario. La magia estaba de su lado, y los caballos de agua la estaban buscando.
No tuvo mucho tiempo, porque la criatura marina llegó de nuevo, y esta vez no estaba sola. Sofía se preparó para lo peor que hubiera de suceder. Pero los caballos de agua llegaron más temprano, rápidos y listos, para defender su hogar.
La batalla fue épica, pero Sofía y los caballos de agua triunfaron. La criatura marina escapó, llevándose una buena parte de la isla consigo. Sofía estaba emocionada, pero asustada. Era una verdadera pirata, pero también un buen amigo, un protector. Sabía que la isla de los caballos de agua era demasiado importante para dejarla morir así.
Pasó mucho tiempo en la isla, durante el cual aprendió a ser más compasiva, más sabia y más protectora. Se hizo amiga de los caballos de agua, conoció sus secretos, sus costumbres, y sus maravillosos dones mágicos. Y al final, tomó el corazón de todos, convirtiéndose en la mejor aliada que la isla hubiera conocido.