La isla del tesoro

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La isla del tesoro
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La isla del tesoro. Érase una vez en una pequeña isla del Caribe, donde el sol siempre brillaba y las aguas cristalinas eran tan cálidas como el corazón del pueblo que vivía allí. Era un lugar tranquilo y pacífico, donde los habitantes se ocupaban de sus vidas cotidianas y compartían todo lo que habían aprendido de sus ancestros.

Un día, un barco llegó a la costa de la isla. Era un barco grande, con un mástil alto y una bandera negra con una calavera y dos tibias cruzadas. Los habitantes del lugar nunca habían visto algo igual antes, y enseguida comenzaron a sentirse un poco preocupados.

El barco, dirigido por el Capitán Flint, trajo consigo una tripulación de piratas, quienes desembarcaron y comenzaron a buscar algo en la isla. Los habitantes se desesperaron porque no sabían lo que estaban buscando, pero intuyeron que debía de ser algo valioso, porque los piratas estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para conseguirlo.

El Capitán Flint exigió la ayuda del pueblo para encontrar lo que buscaba, amenazando con volver a la violencia si se negaban. Los habitantes de la isla temían por sus vidas, pero también sabían que debían proteger su hogar.

Un niño llamado Jim Hawkins no estaba dispuesto a permitir que los piratas se salieran con la suya. A pesar de su corta edad, Jim se sentía como un verdadero valiente. Todos los días aprovechaba para espiar a los piratas, para intentar descubrir lo que estaban buscando. Cuando los piratas se dieron cuenta de lo que Jim estaba haciendo, lo atraparon y lo amenazaron. Sin embargo, Jim no tenía miedo.

– ¿Qué quieren ustedes en la isla? -preguntó Jim con voz firme.

– Un tesoro -contestó el Capitán Flint, con una sonrisa malvada-. Un tesoro que perteneció a mi difunto compañero de bandera, cuya localización solo él conocía. Pero no te preocupes, pequeño, podrás acompañarnos a buscarlo y cuando lo encontremos, te dejaremos libre.

Jim sabía que no podía confiar en los piratas, así que decidió hacer algo. Esperó a la noche, cuando todos los piratas estaban durmiendo, y escapó. Corrió todo lo que pudo y llegó hasta la playa, donde encontró una pequeña embarcación que utilizaba la gente del pueblo para pescar. Rápidamente, se montó en ella y comenzó a remar hacia el mar abierto.

De repente, mientras navegaba por la oscuridad del mar, Jim oyó una explosión en la costa. Con el corazón acelerado, supo que los piratas habían encontrado lo que buscaban, pero no sabía qué podía ser.

Finalmente, después de muchas horas de remar sin rumbo fijo, Jim fue empujado por el viento hacia una isla muy pequeña, y allí, sin saber cómo, terminó encontrando a un viejo amigo de la familia, un marinero cuyo nombre era Billy Bones. Billy Bones, quien había sido compañero de aventuras de algunos familiares de Jim, lo acogió y le contó su historia, lo que Jim no se esperaba era que Billy Bones era el compañero del Capitán Flint.

Billy sabía todo sobre el tesoro que había estado buscando el Capitán Flint, y en su última noche de vida, le confió a Jim la localización de la isla donde suponía debía estar. Entonces, murió asustando a Jim y haciendo que saliera corriendo, hasta que ahorró cierta cantidad de dinero para hacer un viaje en busca de ese tesoro y seguir las instrucciones que le había dado su amigo.

Tras años de trabajo duro y economía sencilla, Jim consiguió el dinero suficiente para comprar un barco y contratar a una tripulación. Les contó la historia completa de lo que había acontecido, de las batallas en el mar, de la isla misteriosa y del tesoro perdido al que estaban preparados para ir.

Así, partieron hacia la isla del tesoro. Jim lideraba el barco, y cuando finalmente llegaron allí, se dieron cuenta de que la isla estaba inhabitada. Entonces, comenzaron su búsqueda. Fue una búsqueda larga y ardua, llevando a la tripulación a través de selvas inquietantes, colinas empinadas, cuevas y ruinas antiguas, pero finalmente encontraron la cueva donde, según Billy Bones, estaba el tesoro.

El momento en el que descubrieron el tesoro fue alucinante. Era como si hubiera un brillo en los ojos de todos, pero Jim no las tenía todas, pues no sabía lo que debía de hacer a continuación. Mientras la tripulación celebraba el éxito, Jim comenzó a pensar. Llegaron a la conclusión de que era demasiado tesoro para ser llevado en un solo barco, así que decidieron enterrarlo de nuevo y dividirlo en partes iguales.

Jim se quedó con una sola pieza del tesoro, la que fuera la primera en aparecer en la vista de todos. Se dio cuenta de que la verdadera riqueza no estaba en las monedas de oro y plata, sino en las lecciones que aprendió sobre la verdadera valentía, la lealtad y la amistad.

Finalmente, regresó a su hogar satisfecho, y conservó la parte de tesoro solo como recuerdo de todo lo vivido y que le había regalado un gran aprendizaje. Cada vez que alguien le preguntaba por qué no había llevado más tesoro a casa, él simplemente se encogía de hombros y contestaba:

– Ahí afuera, en el mar, hay suficiente tesoro para todo el mundo, pero ahora sé que el verdadero tesoro está en lo que somos y en lo que hacemos.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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