La Leoncita y el Día del Arte en la Escuela. Érase una vez, en una escuelita muy especial, donde el arte era celebrado y aplaudido como algo muy importante, vivía La Leoncita. Era muy curiosa y siempre estaba buscando aventuras que la llevaran a conocer cosas nuevas.
Un día, la Escuela del Arte decidió celebrar el Día del Arte. Se trataba de un día en el que todos los niños y niñas de la escuela podrían demostrar su talento y creatividad, ¡incluso los profesores participaban! Se celebraría en una gran exposición, y los padres de los estudiantes estarían invitados para que pudieran apreciar todo lo que habían estado haciendo. La Leoncita estaba muy emocionada, nunca había participado en algo tan grande, ¡y le encantaba que todo estuviera lleno de color y alegría!
En la clase de arte, la maestra les había pedido que hicieran un dibujo que representara algo importante para ellos. La Leoncita estaba emocionada. ¿Qué podría dibujar para representar todo lo que quería decir? Así que se puso manos a la obra.
Después de un rato, escuchó gritos afuera. Al asomarse por la ventana, vio a un hombrecito con apariencia extraña cantando y bailando en pleno patio de la escuela. Era el hombre malhumorado, que algunos decían que había vivido en un tiempo pasado. Nunca había visto a ese personaje antes, así que decidió salir afuera para saber de quién se trataba.
-¡Hola! -saludó la Leoncita con mucha seguridad.
-¡Oh, hola! -respondió el hombrecito, sorprendido.
-¿Quién eres tú? -preguntó la curiosa Leoncita.
-Soy el Hombre Malhumorado. No me gusta nada que pasen cosas alegres, esas tonterías son solo una pérdida de tiempo.
-¿De veras? -preguntó la pequeña leona, sin entender del todo.
El hombre malhumorado le explicó que para él, el arte no era más que tonterías. Pensaba que era mejor hacer lo que él hacía todos los días: trabajar y trabajar hasta conseguir todo lo que el dinero podía comprar. La Leoncita no estaba muy convencida, pero respetaba todas las opiniones.
Así que después de una corta charla, La Leoncita decidió regresar a su clase de arte. Pero justo cuando estaba a punto de entrar, se dio cuenta de que se había olvidado su dibujo. Y lo peor de todo es que ya no estaba, ¡el Hombre Malhumorado se lo había llevado!
La pequeña leona estaba furiosa. ¡No podía permitir que un extraño se llevara su arte! Decidió que tenía que ir a buscarlo. Sabía que eso iba a ser difícil, pero no podía permitir que se alejara con algo que era importante para ella. Así que se puso su mochila y corrió detrás de él.
Lo siguió por toda la ciudad. Cada vez que el Hombre Malhumorado se detenía, ella lo hacía también. Cuando cruzaba una calle, ella cruzaba con él. La Leoncita estaba completamente concentrada. Sabía que no descansaría hasta recuperar su dibujo.
Finalmente, después de horas de seguimiento, el hombre malhumorado llegó a su casa. Era un lugar muy grande y hermoso, pero no había luz, ni música, ni risas. Entonces, la Leoncita se acercó con cuidado y vio que el Hombre Malhumorado guardaba todos los dibujos que había tomado en una caja fuerte, en medio de una habitación completamente oscura.
-¿Qué haces con todos estos dibujos? -preguntó la Leoncita, tratando de entender.
-Oh, no es nada. Solo los guardo -respondió el hombre malhumorado, con una sonrisa malvada.
-Pero… ¿para qué? -preguntó La Leoncita, sin entender del todo.
-Para nada -respondió él, mientras cerraba la puerta.
La Leoncita estaba frustrada. Había corrido por toda la ciudad para recuperar su dibujo, y ahora se daba cuenta de que estaba allí en medio de la oscuridad, junto a los dibujos de otros niños y niñas que habían estado trabajando duro en sus obras. Se propuso una nueva tarea, rescatar todos los dibujos que había escondido el hombre malhumorado.
Al día siguiente, La Leoncita invitó a todos sus compañeros a la casa del hombre malhumorado. De alguna forma, les explicó lo que había pasado, y se organizaron para recuperar todos los dibujos que el hombre había robado. Cada uno de ellos tenía que buscar su dibujo y regresarlo a la exposición que se celebraría en la escuela. Así que, con mucho miedo y entusiasmo, entraron a la casa del hombre malhumorado.
Recogieron los dibujos de las paredes, de las mesas y del suelo. Se aseguraron de cuidar cada uno de ellos con mucho cariño. ¡No se permitirían perder nuevamente algo tan importante! Finalmente, y después de haber encontrado todos los dibujos, regresaron a la escuela para preparar la exposición del Día del Arte.
La exposición se celebró en la escuela y todo había salido perfecto. Los padres de los niños y las niñas se asombraron con la creatividad de cada uno de los dibujos. La Leoncita estaba muy feliz de que todos los dibujos estuvieran en la exposición, y de que todos estuvieran disfrutando de los trabajos que los estudiantes habían hecho. Y lo mejor de todo, el Hombre Malhumorado apareció en la exposición y decidió que, después de todo, el arte no era tan malo. La Leoncita estaba muy contenta por haber ayudado a que el Hombre Malhumorado cambiara de opinión. Finalmente, bajo la luz de la luna, todos se fueron a dormir felices. La Leoncita se acostó, recordando todo lo que había pasado en el Día del Arte, y agradecida por tener la oportunidad de hacer algo muy especial.