La Navidad en la ciudad

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La Navidad en la ciudad
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La Navidad en la ciudad. Érase una vez una ciudad que, a pesar de estar llena de gente y edificios, no tenía alegría. La gente iba y venía preocupada por sus cosas, sin detenerse a disfrutar de las pequeñas cosas que la vida ofrecía. Sin embargo, llegó la Navidad y, aunque al principio seguía habiendo el mismo trasiego, algo empezó a cambiar.

Las calles se llenaron de luces y colores, las tiendas se engalanaron y la gente parecía haberse contagiado del espíritu navideño. En medio de todo ese bullicio, un niño llamado Tomás caminaba por las calles con la mirada perdida. No podía dejar de pensar en su madre, que en ese momento estaba en el hospital. Había caído enferma y los médicos no sabían muy bien qué le pasaba. Tomás se sentía muy triste y solo.

Fue entonces cuando de pronto, algo brilló en su vista: una pequeña tienda que aparentemente no tenía mucho que ofrecer. Pero había algo en el escaparate que le llamó la atención: un pequeño muñeco de nieve de peluche, con una sonrisa adormilada y un gorrito rojo. El niño entró en la tienda, decidido a comprar aquel regalo para su madre.

El dueño de la tienda era un hombre mayor, con barba y una mirada sabia. Tomás se acercó tímidamente y le pidió el muñeco. El hombre sonrió y le preguntó por qué lo quería.

-Voy a dárselo a mi madre –le dijo el niño con una pequeña mueca– está enferma, pero sé que le gustará.

-¿Y no prefieres comprarle algo que, quizás, la haga sentir mejor?

Tomás negó con la cabeza y le explicó que todo lo que tenía eran unos ahorros con los que quería hacer feliz a su madre en la Navidad, aunque fuera con un pequeño detalles.

El dueño de la tienda sonrió sonriente, y le dio al niño el muñeco de nieve y le dijo:

-Te lo doy con una regla, harás felices a tu madre y a ti mismo, y eso es lo que cuenta.

Tomás aceptó el regalo con gratitud y salió de la tienda con el muñeco enganchado en su mochila.

Cuando llegó al hospital, fue directamente a la habitación de su madre. Ella estaba débil y pálida, pero su sonrisa se iluminó cuando vio que su hijo tenía algo en la mochila.

-¿Qué es, mi niño?

Tomás sacó el muñeco de nieve y se lo dio a su madre con cariño.

-Me ha gustado mucho –dijo ella acariciando la tela suave– eres un buen hijo.

Durante un rato ambos estuvieron jugando con el muñeco. Hablaban de cosas sin importancia y pasado un tiempo, la madre de Tomás se durmió. Él se quedó a su lado durante un rato, cuidándola y haciendo que no se sintiera sola.

Pero al cerrar la puerta de la habitación, Tomás se encontró con algo que no esperaba: las paredes del hospital estaban llenas de dibujos, colores y papel de regalo. En todas las habitaciones se veían luces y adornos, y la gente parecía contenta.

Tomás se dio cuenta de que el espíritu navideño había conquistado ese lugar también, y que podía sentir la calidez que esa vez del año irradiaba.

Salió del hospital con una sonrisa y volvió a la tienda a dar las gracias al dueño. Él siempre estaría agradecido por haberle enseñado que no se necesitan grandes cosas para hacer el bien, que a veces un pequeño detalle puede hacer la diferencia en la vida de alguien.

Y así, la Navidad fue conquistando poco a poco a la ciudad. Los niños corrían por las calles jugando con pelotas de nieve, las familias se reunían alrededor de la mesa y la gente compartía sus alegrías y pesares.

Tomás se daba cuenta de que esa Navidad había sido diferente. Había sido la Navidad en la que aprendió la importancia de ayudar a los demás, de estar junto a los que quieres y de no perder jamás la esperanza.

Al final, la ciudad se llenó de amor y la gente encontró la felicidad en las pequeñas cosas. Y aunque la Navidad se acabó, el espíritu de esa época mágica quedó en los corazones de todos.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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