La Navidad en la granja. Érase una vez una granja en el campo, donde las navidades eran diferentes a las de la ciudad. La familia de la granja estaba formada por el abuelo Manuel, la abuela Ana, sus hijos y sus nietos. Todos ellos trabajaban juntos para mantener la granja y hacer que la Navidad fuese mágica.
El abuelo Manuel era el encargado de cuidar de los animales de la granja. Todos los días se levantaba temprano para darles de comer y limpiar sus establos. La abuela Ana era la responsable de la casa y de la cocina. Ella era una cocinera excelente y sus platos eran famosos entre los vecinos del pueblo.
La familia tenía una tradición que se repetía cada año en Navidad. Todos juntos, se iban al bosque a buscar el árbol de Navidad más bonito que pudieran encontrar. Los niños corrían de un lado para otro, emocionados por la idea de elegir el árbol que iluminaría la casa.
Una vez hecho esto, era momento de decorar el árbol con luces, bolas y cintas. Los niños discutían sobre cómo debía ser la decoración, pero al final terminaban poniendo de todo un poco. La abuela Ana se reía y decía que el árbol era una mezcla perfecta de colores y luces.
Después de decorar el árbol, era momento de preparar la cena de Navidad. La abuela Ana se ponía manos a la obra, cocinando los platos típicos de la Navidad en la granja: jamón asado, patatas, verduras y, por supuesto, el postre estrella, el turrón de almendras.
Mientras se cocinaba la cena, los niños ayudaban al abuelo Manuel a preparar un lugar especial para los animales de la granja. Colocaban las mejores pajas y ramas de árboles para que estuvieran cómodos durante la noche.
Cuando llegaba la noche de Navidad, todos se vestían de gala y se sentaban a la mesa. La cena era un banquete de comida deliciosa y de buen humor. Después de cenar, los niños salían corriendo a jugar con los animales, que también estaban de fiesta.
Mientras los más pequeños se divertían, los adultos se sentaban alrededor de la chimenea a charlar y a contar historias navideñas. La abuela Ana se hacía cargo del costurero y reparaba las ropas de todo el mundo. La Navidad en la granja era realmente mágica, llena de amor y tradiciones.
Cuando caía la noche, todos se despedían y se iban a dormir, ansiosos por abrir los regalos al día siguiente. Los niños se iban a la cama con la cabeza llena de sueños y esperando que llegara la mañana.
El día de Navidad, la familia se reunía de nuevo. Los niños corrían emocionados por la casa buscando sus regalos. Después de abrirlos, se ponían manos a la obra para compartirlos y jugar juntos. El abuelo Manuel y la abuela Ana explicaban que la Navidad no sólo era el momento de dar y recibir regalos, sino de compartir con los demás y ayudarles.
Por la tarde, la familia se volvía a reunir para disfrutar de una merienda especial. La abuela Ana sacaba sus famosas rosquillas de anís, que hacía para celebrar la Navidad. Todo el mundo comía y charlaba, disfrutando de la tranquilidad que rodeaba la granja.
La noche del día de Navidad era la más especial de todas en la granja. Todo el mundo se reunía alrededor de la chimenea para cantar villancicos y recordar momentos felices de la Navidad. La abuela Ana contaba historias de Navidad que había oído de su abuela, que hacía que todos se divirtieran.
La Navidad en la granja era una tradición muy especial que se mantenía viva año tras año. La familia trabajaba duro todos los días para apoyarse mutuamente y hacer que la Navidad fuera un tiempo de amor y de unión. Todos aprendían a apreciar a los demás y a recordar las cosas importantes de la vida.
Con el tiempo, los niños crecieron y se fueron de la granja para perseguir sus sueños. Sin embargo, la Navidad en la granja siguió siendo la misma, llena de amor y de tradición. La familia seguía trabajando junta y compartiendo momentos felices, haciendo que la Navidad fuese un momento verdaderamente mágico para todos.
