La noche de las calaveras de Halloween. Érase una vez en la noche de las calaveras de Halloween, una pequeña niña llamada Sofía que se encontraba muy emocionada por disfrutar del esperado festejo. El ambiente estaba lleno de luces naranjas, murciélagos, brujas y por supuesto, calaveras.
Sofía lucía su mejor disfraz de vampiro, con unos colmillos largos y afilados que hasta asustaban a sus amigos. Era la mejor noche del año para ella, donde podía salir a pedir dulces y ver las decoraciones más impresionantes.
Esa noche la pequeña Sofía junto a sus amigos, Ángel y María, decidieron aventurarse por las calles del pueblo en busca de golosinas. Caminaron por varios minutos hasta llegar a la parte más antigua del pueblo, donde se encontraba una extraña casa abandonada.
Era una casa grande y vieja, con las ventanas empañadas y sucias. Las puertas de madera estaban rotas y habían varias telarañas en su entrada. Sofía, siempre había sido muy curiosa, así que no pudo evitar preguntar sobre la casa a sus amigos.
-¿Qué creen que hay dentro? – preguntó Sofía.
-¡Tiene que ser un lugar embrujado! – dijo Ángel.
-¡No deberíamos acercarnos, es muy peligroso! – exclamó María.
Pero la curiosidad de Sofía no tenía límites, así que decidió acercarse sigilosamente a la casa y sus amigos la siguieron. Empujaron la puerta y entraron. Al entrar se dieron cuenta de que el ambiente estaba muy oscuro, sin embargo, Sofía sacó su linterna y comenzó a iluminar la satisfacción del interior de la casa.
De pronto, escucharon un ruido extraño y empezaron a temblar de miedo. Al acercarse a la sala, encontraron una calavera de Halloween encendida con velas. Una escalofriante música comenzó a sonar y las luces se apagaron dejándolos en la más completa oscuridad.
Sofía, Ángel y María se asustaron mucho, pero Sofía aún mantenía su curiosidad así que decidieron continuar. Con mucho miedo, avanzaron en la oscuridad buscando una salida.
De pronto, una calabaza se encendió dejando ver una puerta secreta en el suelo. Los tres amigos se acercaron y levantaron la puerta. Allí había una escalera que los llevó a un sótano subterráneo. En ese lugar, había una mesa rodeada de velas encendidas y extraños ingredientes.
Sofía y sus amigos no sabían qué hacer, sin embargo, en ese momento una figura extraña se hizo presente. Se trataba de un anciano, vestido de negro, con un gran sombrero puntiagudo y barba blanca. Los niños quedaron impresionados por su apariencia, pero el anciano les habló suavemente:
-No hay nada que temer, jóvenes. ¿Qué hacen por aquí? – preguntó el anciano.
-Queríamos ver que había dentro de esta misteriosa casa – respondió Sofía.
-¡Y nos asustamos mucho! -agregó María.
-¡No deberíamos haber entrado! – exclamó Ángel.
El anciano se rió y respondió – Tranquilos, no hay nada que temer. Estaba preparando una poción mágica para la noche de Halloween. Pero para que funcione necesito su ayuda.
– ¿Nuestra ayuda? – preguntó Sofía impresionada.
-Sí, necesito que recolecten algunos ingredientes para mi poción. Deben buscar un ojo de salamandra, una escama de dragón y un pelo de unicornio.
-¿Cómo podemos encontrar esos ingredientes? – preguntó Ángel.
-Deben seguir las indicaciones que están en la pared allí – respondió el anciano señalando una pared donde había un mapa.
Los niños siguieron las instrucciones y comenzaron su búsqueda. Encontraron el ojo de salamandra en una cueva, la escama de dragón en una mansión, y el pelo de unicornio en un parque. Los ingredientes no fueron fáciles de encontrar, pero gracias a la ayuda de Sofía y sus amigos el anciano pudo preparar su poción mágica.
Una vez que la receta estaba lista, el anciano se despidió de los niños y les agradeció su ayuda. Sofía, Ángel y María regresaron a casa muy felices y orgullosos de su aventura en la misteriosa casa.
Esa noche, en la fiesta de Halloween, Sofía, Ángel y María se divirtieron mucho, pero lo que más les emocionó fue ver la poción mágica que ayudaron a preparar lo cual hizo que la noche de Halloween fuera aún más especial.
Desde ese día, se convirtieron en amigos del anciano y siempre lo visitaban para disfrutar de sus mágicas pócimas y divertirse junto a él. Así es como Sofía y sus amigos aprendieron que, aunque puedan haber cosas desconocidas y misteriosas, pueden descubrir cosas maravillosas si no temen explorar y aprender algo nuevo.