La princesa y el dragón dorado. Érase una vez en un reino muy lejano, una princesa llamada Ana. Era una princesa muy querida por todos en el reino, pero también muy curiosa y aventurera. Una tarde, mientras exploraba los alrededores del castillo, se encontró con un dragón dorado que dormía plácidamente en una cueva.
La princesa Ana se acercó muy despacio al dragón dorado, fascinada por su belleza y le dijo: «Hola amigo, ¿cómo puedes dormir tan tranquilo aquí, en esta cueva solitaria?».
El dragón dorado se despertó sobresaltado y, al ver a la princesa, empezó a echar fuego por la boca. Pero Ana no tuvo miedo y se mantuvo firme sin moverse de su posición, observando al dragón con los ojos muy abiertos.
Después de unos segundos, el dragón dejó de echar fuego y Ana, entusiasmada, le preguntó: «¿Por qué estás aquí? ¿Te sucede algo?». El dragón dorado la miró con sorpresa y le respondió: «No, no me pasa nada en particular, solo estoy durmiendo».
La princesa Ana sonrió y le dijo: «Eres muy hermoso, me gustaría que fueras mi amigo y que me acompañaras en mis aventuras». El dragón dorado, que nunca había tenido un amigo antes, aceptó la propuesta de Ana y así comenzó una amistad inusual en el reino.
Juntos, la princesa Ana y el dragón dorado dorado vivieron muchas aventuras. Desafiaron a los caballeros del reino a carreras de caballos, volaron por encima de las montañas y visitaron los lugares más maravillosos del reino.
La princesa Ana también ayudó al dragón dorado a hacer amigos. Había muchos niños en el reino que tenían miedo de él, pero Ana les enseñó que el dragón dorado era un amigo muy gentil y bondadoso. Y así, poco a poco, el dragón dorado empezó a ganar la confianza de los niños del reino.
Un día, mientras exploraban una cueva en las montañas, la princesa Ana y el dragón dorado descubrieron un cristal mágico que brillaba con una luz muy intensa. No pudieron dejar de mirarlo y quedaron fascinados por la belleza del cristal.
De repente, una voz resonó por toda la cueva: «El que toque el cristal mágico conseguirá un deseo».
La princesa Ana y el dragón dorado no podían creer lo que acababan de oír: la posibilidad de conseguir un deseo. Inmediatamente, se pusieron de acuerdo para pedir al cristal mágico que el reino fuera más feliz y que todos en él tuvieran un motivo para sonreír cada día.
Y así fue, poco a poco comenzaron a pasar cosas buenas en el reino que hacían que cada persona se sintiera más feliz. Los caballeros comenzaron a hacer competencia de amabilidad, la gente empezó a ser más amable con los demás y el reino comenzó a ser un lugar más feliz.
La princesa Ana y el dragón dorado se sintieron muy orgullosos de los cambios que habían logrado. Pero además, comprendieron lo importante que era la amistad y que, juntos, podían hacer grandes cosas.
La princesa Ana y el dragón dorado siguieron explorando el reino, viviendo aventuras y haciendo amigos. Pero siempre recordarían aquella vez que habían conseguido que el reino fuera más feliz gracias al deseo mágico que habían pedido juntos.
Desde ese día, los habitantes del reino sabían que la princesa Ana y el dragón dorado eran dos amigos muy especiales, que habían hecho el reino un lugar más feliz. Y así, todos vivieron felices para siempre.
Fin.