La Sirena del Jardín de los Erizos. Érase una vez en el jardín de los erizos, una hermosa sirena que vivía en una pequeña laguna rodeada de flores y árboles. Los erizos que vivían en aquel hermoso lugar la adoraban, y siempre que la veían cantar y jugar, se llenaban de alegría.
La sirena pasaba gran parte de su tiempo deambulando por el jardín, nadando y saltando en su laguna. Desde allí, podía ver como las plantas crecían y las flores florecían a su alrededor. Ella se encargaba de mantener todo el jardín en perfecto estado.
Un día, la sirena se fijó en algo extraño. En un rincón del jardín, justo al lado de un rosal, algo brillaba. Se acercó un poco más curiosa, y descubrió un pequeño cofre dorado. Lo abrió con cuidado y dentro encontró un collar de perlas preciosas.
La sirena se alegró muchísimo, pues nunca antes había visto algo tan hermoso. Se probó el collar y descubrió que le quedaba perfecto en su cuello. Luego, decidió mostrárselo a los erizos del jardín. Todos ellos, maravillados, la llenaron de piropos y halagos.
La sirena estaba tan feliz con su nuevo collar que se lo puso todos los días. Pero algo extraño comenzó a suceder. El agua de la laguna se volvió cada vez más oscura, y las flores del jardín comenzaron a marchitarse. La luz que antes iluminaba el lugar, comenzó a desvanecerse.
La Sirena se preocupó mucho. No podía entender por qué el jardín estaba cambiando, y sentía que todo lo que estaba sucediendo estaba relacionado con su nuevo collar. Después de pensarlo por un rato, decidió ir a buscar al dueño del collar.
Después de mucho tiempo buscando, finalmente encontró a una anciana en la orilla del mar, sentada en una pequeña cueva. La Sirena se acercó tímidamente y le preguntó si el collar de perlas era suyo.
La anciana, sorprendida, le respondió que sí, y le explicó que el collar tenía propiedades mágicas. Pero también le dijo que tenía un gran peligro: quien lo llevaba puesto, debía tener mucha prudencia, pues si se caía al agua, comenzaría a ejercer su magia, y crearía un gran mal. La sirena, muy preocupada, decidió devolver el collar a la anciana.
De regreso en el jardín de los erizos, la sirena tomó una difícil decisión. A pesar de que le gustaba mucho el collar, no podía arriesgar su hogar, a sus amigos y todo lo que quería. Así que, buscando un lugar lo suficientemente alto, para que el collar no cayera al agua, lo colgó de la rama más alta de un árbol del jardín.
El collar se veía tan brillante colgando en la rama, que la sirena no podía evitar sentirse un poco triste al no poder usarlo. Sin embargo, al ritmo del viento, comenzó a sonar una melodía mágica. La música llegó hasta los erizos que estaban en el jardín, y les hizo sentir como si una luz hubiese vuelto a iluminar su hogar.
La laguna recuperó su brillo y las flores empezaron a florecer de nuevo. El jardín de los erizos estaba vivo nuevamente. Todos se reunieron en torno a la sirena, emocionados por escuchar tan hermosa melodía. Se dieron cuenta que el collar mágico había hecho lo que tenía que hacer.
La sirena sonrió feliz, y agradeció a los erizos su compañía y su amor. Todos juntos cantaron y festejaron, agradeciendo que todo haya vuelto a ser como antes en su hermoso jardín de los erizos.
Desde aquel día, la sirena se convirtió en la protectora del jardín de los erizos. Se responsabilizó de mantenerlo siempre hermoso y saludable, sin usar joyas mágicas que pudieran dañar su hogar. Y todos los erizos se aseguraron de ayudarle con cada tarea, para que su hogar siempre estuviera en paz.
Desde entonces, la sirena aprendió una valiosa lección, y comprendió la importancia de pensar en las consecuencias de sus actos. Y entre todos, crearon un gran lazo de amistad y cuidado, que perdura aún hoy en el hermoso jardín de los erizos.
