Los ositos y su amistad con el conejo saltarín. Érase una vez en un bosque muy grande, vivían unos ositos muy divertidos y juguetones. Ellos siempre salían a jugar y a explorar el bosque, pero un día se encontraron con un conejo muy saltarín, quien al ver a los ositos, les pidió que jugaran con él.
Los ositos muy contentos accedieron a jugar con el conejo, y juntos se divirtieron un montón. El conejo era muy rápido y ágil, y eso hacía que los ositos se esforzaran más para seguirle el ritmo. Pero a pesar de que el conejo saltaba y corría por todos lados, siempre estaba al tanto de sus nuevos amigos, cuidaba que no se quedaran atrás y se aseguraba de que ellos también se divirtieran.
Después de jugar durante horas, los ositos y el conejo saltarín se hicieron muy buenos amigos, y decidieron hacer una merienda juntos. Cada uno aportó algo para compartir, los ositos llevaron miel y frutas, mientras que el conejo saltarín llevó un pastel de zanahoria, que según él, era su especialidad.
Todos comieron y bebieron hasta saciarse, contando historias y anécdotas, riendo, disfrutando de la compañía de los demás, y se dieron cuenta de que no necesitaban de mucho, porque lo importante era estar juntos y vivir momentos de felicidad.
Después de su merienda, decidieron jugar al escondite, y el conejo saltarín les explicó el juego. Les dijo que consistía en que uno de ellos se escondería, y los demás tendrían que buscarlo. Y así fue. El conejo saltarín se escondió primero, y los ositos comenzaron a buscarlo. Pero el conejo era muy astuto, y siempre lograba esconderse en los lugares más inesperados. Y aunque los ositos no lo encontraron a la primera, nunca se rindieron. Jugaron toda la tarde, y se divirtieron tanto que decidieron hacer de ese juego una tradición.
A partir de ese día, los ositos y el conejo saltarín pasaban sus tardes jugando al escondite y a otros juegos divertidos. Pero, no solo se divertían, también se ayudaban unos a otros, se protegían y se cuidaban como una verdadera familia.
Un día, mientras estaban corriendo por las praderas del bosque, oscureció muy rápido y empezó a llover. Los ositos y el conejo saltarín corrían asustados, pero se dieron cuenta de que el conejo se estaba quedando atrás. Al acercarse a él, vieron que estaba muy cansado, no podía seguir corriendo. Los ositos se preocuparon mucho y decidieron ayudar a su amigo. Juntos, lo tomaron en brazos, y lo llevaron hasta una cueva que había cerca.
Allí, los ositos encendieron una fogata, prepararon algunas hojas secas, lo colocaron cerca del fuego y empezaron a secarlo. Luego, buscaron algunas hojas para poner en el suelo y que el conejo pudiera dormir cómodamente.
Mientras lo cuidaban, el conejo les contó que se había alejado mucho de su madriguera en busca de alimentos, porque había escasez de comida en su zona. Y por eso, había llegado hasta allí. Además, les dijo que siempre había sido solitario porque a los demás animales les parecía muy extraño saltar todo el día. Pero que ahora, gracias a los ositos, se había sentido muy feliz y agradecido.
Los ositos estaban contentos y agradecidos de tener un amigo como el conejo, y le dijeron que no tenía que preocuparse más porque ellos siempre estarían allí para ayudarlo y cuidarlo.
Después de esa noche, los ositos y el conejo saltarín se convirtieron en los mejores amigos del bosque. Siempre se cuidaban, se acompañaban y se divertían juntos. Y nunca más se sintieron solos ni tristes, porque sabían que tenían una verdadera familia alrededor de ellos.
Desde entonces, los ositos y el conejo saltarín continúan jugando al escondite, a la rayuela y a muchos otros juegos que inventan juntos. Son felices, aman la naturaleza y valoran la amistad por encima de todas las cosas.
Y así, los ositos y el conejo saltarín vivieron felices para siempre.