Los Regalos Encantados del Taller de Santa

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Los Regalos Encantados del Taller de Santa
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Los Regalos Encantados del Taller de Santa. Érase una vez, en el taller de Santa Claus, un grupo de elfos muy trabajadores que se afanaban por crear los regalos más hermosos que se pudieran encontrar. Entre ellos se encontraba Pequeño Bruno, uno de los elfos más jóvenes y esforzados que había en el taller.

Aunque era un elfo recién llegado, Pequeño Bruno se había ganado la confianza del jefe del taller gracias a su creatividad y dedicación. Por eso, cuando Santa decidió crear los regalos más especiales e increíbles que se hubieran visto jamás, no dudó en darle a Pequeño Bruno la tarea de crear algo que fuese verdaderamente mágico.

Perplejo e incrédulo, Bruno comenzó a trabajar en su proyecto. Quería crear un regalo que fuera único, especial y lleno de magia, que pudiera hacer que cualquier niño se sintiera feliz y maravillado solo con mirarlo.

Pero, ¿cómo podía conseguir algo así? A pesar de que era un elfo trabajador y dedicado, no podía evitar sentirse un poco abrumado cuando pensaba en la tarea que tenía por delante. Por eso, decidió pedir consejo al viejo jefe de taller, quien le aconsejó que fuera a visitar a la hechicera más poderosa y sabia que había en el Polo Norte.

– Incluso los elfos más sabios y experimentados a menudo buscan la ayuda de los espíritus de la naturaleza -le dijo el jefe-. Y seguro que la hechicera te podrá aconsejar en lo que necesites.

Pequeño Bruno se embarcó en un viaje a través de los campos nevados y los fríos bosques del Polo Norte hasta que llegó a la cueva donde vivía la misteriosa hechicera. La mujer lo recibió cordialmente y le preguntó cuál era su propósito.

El elfo le explicó todo lo que Santa Claus le había pedido, y la hechicera lo escuchó con atención mientras mezclaba distintas hierbas y raíces en un pequeño caldero. Finalmente, le dio a Bruno una bolsa llena de semillas y le dijo que plantara una en cada casa que visitara.

Interpretando un poco sus palabras, Pequeño Bruno se fue de vuelta al taller de Santa Claus, deseoso de cumplir con la tarea encomendada. También llevó consigo las semillas mágicas.

A medida que se acercaba a cada casa, metía la mano en su saco de semillas, sacaba una y la tiraba al aire. De cada semilla se liberaba un haz de luz, un resplandor navideño que envolvía la casa y se esparcía por el interior. ¿Cómo sabía Bruno que funcionaría esa especie de polvillo mágico verde en cada casa para la que estaban destinadas cada semilla?

La casa se llenaba de alegría y risas, de canciones y felicidad. Los niños saltaban, jugaban y reían con entusiasmo mientras los padres miraban con asombro el cambio que se había producido en su hogar. Era como si por arte de magia, la alegría llegara a ellos de forma extraña.

Cada vez que Pequeño Bruno regresaba al taller de Santa Claus, agradecido por el encargo que le habían encomendado, la hechicera le pedía que le contara cómo había ido la misión. Pero lo más curioso no era que ella se preocupara por el éxito de su proyecto, sino que sonreía con malicia cada vez que él la visitaba.

Intrigado por esto, Pequeño Bruno decidió regresar a la cueva de la hechicera y preguntarle qué significaban esas sonrisas. Fue entonces cuando ella le confesó que la bolsa de semillas no era una simple bolsa de semillas. Eran semillas de plantas mágicas que, plantadas en el lugar adecuado, crecían hasta convertirse en un árbol de Navidad que tenía el poder de conceder los deseos más profundos de cada niño que creyese en la magia de la Navidad.

– Los árboles de Navidad crean su propia magia -le dijo la hechicera-. Pero solo lo hacen para aquellos que creen en la Navidad y en la felicidad que puede proporcionar. Y tu los has plantado en las casas adecuadas.

Pequeño Bruno se quedó estupefacto. Había plantado distintos árboles de Navidad en las distintas casas de los niños, sin saber que estaban llenos de magia y que eran capaces de conceder los deseos de los niños que creían en la Navidad. A partir de ese día, nunca más dudaría del poder de la magia, y se dedicaría a cultivar la felicidad en el corazón de todos los niños del mundo.

Así que, gracias a Bruno y a sus semillas mágicas, cada Navidad los niños que observaban las estrellas y creían en la magia podían ver cómo se cumplían los sueños más profundos de su corazón. Los regalos encantados del taller de Santa habían llegado para hacer feliz a todos los niños del mundo, y Pequeño Bruno se había convertido en un héroe navideño por haber conseguido que esa mágica llegara a los corazones de los niños. Y así, cada vez que alguien observaba el brillo de las luces navideñas, recordaba qué poder tan maravilloso tiene la gente cuando se une en torno a algo que se hace con amor y dedicación. Eso es Navidad, y eso es lo que Bruno había logrado crear.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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