Papá Noel y la Princesa de los Copos de Nieve. Érase una vez Papá Noel, el bondadoso anciano de barba blanca que cada Navidad recorría el mundo entero llevando alegría y regalos a todos los niños. Este año en particular, Papá Noel se encontraba en su taller, revisando su lista de regalos y preparando los trineos para el gran viaje de Navidad. En ese momento, una suave voz lo interrumpió:
– Disculpe, señor, ¿podría ayudarme?
Papá Noel se dio vuelta y se encontró con una princesa desconocida, de blancos cabellos y piel blanca como la nieve.
– ¿Y tú quién eres? – preguntó sorprendido el anciano.
– Soy la Princesa de los Copos de Nieve – dijo la joven, haciendo una cortés reverencia-. Y estoy en un gran apuro.
– ¿Qué te pasa? – preguntó Papá Noel, intrigado.
– Algo terrible ha sucedido – explicó la Princesa, con lágrimas en los ojos-. Desde hace varios días, la nieve ha dejado de caer en mi reino. Todo se ha vuelto oscuro y triste. Y es que yo soy la responsable de la nieve, y no sé cómo solucionarlo.
Papá Noel frunció el ceño, preocupado. La nieve era sin duda uno de los elementos más importantes de la Navidad, y si desaparecía en el Reino de la Princesa, ello significaría que muchos niños no podrían celebrar la Navidad como merecían.
– Tranquila, pequeña – dijo Papá Noel, acariciando la cabeza de la Princesa-. Yo te ayudaré. Nos iremos juntos a tu reino, y encontraremos una solución.
La Princesa dio un suspiro de alivio, y ambos se pusieron en camino. Papá Noel, al verla caminar a su lado, no dejaba de admirar su belleza y fortaleza. La Princesa, por su parte, no perdía detalle de los movimientos del buen anciano. Ya en el camino, hablaron de numerosas cosas, pero lo que encantaba a la Princesa era la forma en que Papá Noel contaba cómo ayudaría a los niños del mundo entero en esta Navidad, prometiendo hacerles felices y llevarles muchas sorpresas. La Princesa se sintió llena de admiración, ya que, en el fondo, ella tenía una tarea similar: llevar la nieve a su pueblo, y hacerlos felices.
Luego de unas cuantas horas de viaje, Papá Noel y la Princesa de los Copos de Nieve llegaron al reino, pero se encontraron con una espantosa sorpresa, el rey de ese lugar, y su séquito, habían esparcido sobre aquel paisaje invernal una especie de antinieve que impedía que la blanca ilusión cayera sobre el hermoso paraje.
Ambos personajes se percataron de que estaban en un aprieto, y que para lograr hacer que la nieve volviera a caer sobre el Reino, había que vencer al malvado Rey y su antinieve, algo muy difícil de lograr.
Papá Noel y la Princesa de los Copos de Nieve decidieron primero buscar a alguien que pudiera ayudarlos. Y después de viajar durante varios días, encontraron a un mago muy sabio, que vivía en una cueva en lo alto de una montaña.
– Necesitamos tu ayuda – dijeron Papá Noel y la Princesa, explicándole su situación. – ¿Puedes encontrar una forma de vencer el antinieve del Rey?
El mago asintió lentamente, cerrando sus ojos, y entonces habló:
– El antinieve es una magia muy oscura. Pero, si trabajamos juntos, podemos conseguir una contramagia que la anule.
El mago empezó a preparar su hechizo, mientras Papá Noel y la princesa se mantenían a su costado. El ambiente se había vuelto pesado, pero eso no les detenía. Los tres trabajaron juntos, moviendo sus dedos ágilmente, y tanteando cada uno de los hechizos que pudieran contrarrestar el antinieve del Rey. Era un juego donde la magia más poderosa debía ser la estrategia y el trabajo en equipo.
Finalmente, después de horas de arduo trabajo, los tres lograron preparar la contramagia. Era una pequeña bola de nieve que iba creciendo con cada segundo. El mago tomó la bola, y la lanzó con fuerza en dirección al cielo del reino. Al chocar contra los grises nubarrones, la bola de nieve pareció explotar, inundando el cielo con miles de copos de nieve blancos y cristalinos.
Papá Noel y la Princesa no pudieron contenerse: empezaron a saltar y a reír, provocando que hasta los animales del bosque les acompañaran con sus gritos de alegría.
El rey que había dispuesto el antinieve, al ver lo que había sucedido, se conmovió, y decidió enmendarse, prometiendo no volver a intervenir en la magia de la nieve, jamás.
Y así, gracias a la sabiduría del mago, la fuerza de Papá Noel, y la belleza y valentía de la Princesa de los Copos de Nieve, el Reino volvió a ser el lugar mágico y lleno de nieve que siempre había sido. La Navidad, la blanca y dulce Navidad había regresado por fin a aquel lugar.
Los tres personajes se abrazaron fuertemente, reconociendo que se habían forjado una amistad como pocas. De todas formas, lejos de ahí, los niños seguían esperando los regalos de Papá Noel, felices y emocionados.
Y jamás se olvidaron, ninguno de los tres, de aquella Navidad tan especial que pasaron juntos.