Un mundo justo para todos. Érase una vez en un mundo muy cercano al nuestro, en el que todas las personas vivían en armonía y respetaban las diferencias culturales, de género y de raza entre sí. En este mundo no había discriminación, ni exclusión, solo amor y armonía. Este mundo fue creado por un grupo de personas que querían un mundo justo para todos. Estas personas eran muy especiales, cada una de ellas era diferente de alguna manera, pero todas trabajaban juntas para crear un mundo mejor.
Había una mujer llamada Lila, ella era afrodescendiente y luchaba por los derechos de los afrodescendientes en todo el mundo. Lila creía que todos merecían los mismos derechos y oportunidades, sin importar de dónde vinieran o cómo lucieran. Ella dirigió muchos movimientos e hizo que las personas de todos los colores se unieran para luchar por la igualdad.
Otro de los personajes principales era Juan, un inmigrante de México que llegó al país en busca de una vida mejor. Juan entendía lo difícil que era llegar a un lugar desconocido y comenzar de nuevo. Él trabajaba muy duro, pero siempre tomaba el tiempo para enseñar a los otros libros importantes sobre su cultura y sobre el valor que sus tradiciones y costumbres tenían.
También había una niña llamada Ana, quien se sentía un poco diferente de los demás niños. Ana era de origen asiático, lo que hacía que algunos de sus compañeros la trataran diferente. Pero gracias al apoyo de Lila, Juan, y otros amigos nuevos que conoció, Ana aprendió a amar su cultura y a sentirse orgullosa de quién era.
Un día, Lila, Juan y Ana se encontraron en el parque y decidieron caminar juntos por la ciudad para ver cómo estaban las cosas. Al principio, todo parecía normal. Pero mientras caminaban, notaron que había muchas personas que no se sentían incluidas en la sociedad. Había personas que no eran reconocidas por su trabajo, su pasión o su esfuerzo. Lila, Juan y Ana sintieron que tenían que hacer algo para cambiar eso.
Entonces, decidieron crear un evento que celebrara todas las diferencias y hablara sobre el amor que compartimos todos como seres humanos. Invitaron a personas de toda la ciudad, y les pidieron que compartieran sus historias sobre cómo habían superado la discriminación y se habían convertido en las personas que son hoy día.
Durante el evento, hablaron de la importancia de aceptar a todos, pero también de la importancia del respeto. Enseñaron que aunque todos éramos diferentes, todos merecíamos igualdad de oportunidades para ser los mejores que podíamos ser. También hablaron sobre la importancia de aprender el uno del otro.
Entonces, Lila contó la historia de cómo su tata, su abuelo, luchó por los derechos civiles en los años 60. Juan habló sobre cómo, como inmigrante, había tenido que enfrentar muchos obstáculos para establecerse en un nuevo país. Ana habló sobre cómo había sido difícil crecer en una familia asiática en un mundo donde las personas blancas eran las principales.
A medida que escuchaban los relatos de los demás, los miembros de la multitud comenzaron a entender unos a otros. Comenzaron a ver que todos éramos muy parecidos, incluso si parecíamos diferentes en el exterior.
Cuando terminó el evento, todos se fueron a casa sintiéndose más unidos y con ganas de aprender más sobre los demás. Se daban cuenta de que no se puede lograr un mundo justo y equitativo si no se trabaja unidos. Comprendían que el amor y el respeto eran las principales claves para construir un mundo mejor.
De esta manera, se hizo posible crear un mundo justo para todos, en el que cada ser humano es valorado y respetado sin importar su género, origen, cultura o raza. La diversidad es una fortaleza y debe ser compartida y enriquecida. Y aunque queda mucho trabajo por hacer, saben que todo empieza en cada uno de nosotros.
La próxima vez que miras alrededor del mundo, mira a tus amigos, a tu familia y verás la diversidad. Al aprender a entender y valorar a las personas que son diferentes de nosotros, podemos hacer que el mundo sea de hecho, un lugar más justo para todos.